sábado, 30 de octubre de 2010

Sábado por la mañana

Es sábado por la mañana, con todo lo que eso implica. El dolor de cabeza, el leve ardor de estómago, las magdalenas con café instantáneo, y sobre todo, la incomodidad que provoca una extraña invadiendo mi mañana del sábado. He soñado contigo, después de todo. Abrazado a ella, pero he soñado contigo. Ahora las cosas se ven de otra manera. Será por la claridad del sol entrando por las ventanas.

-Oye... despierta. Despierta, que mis amigos están a punto de llegar. -No se despierta.

Y aquí estoy yo, emborronando una hoja de papel virtual mientras una petarda cualquiera de cuyo nombre no puedo acordarme, duerme en mi cama. Y mientras tanto, tú, a cientos de kilómetros de aquí, seguramente también frente al ordenador, seguramente escribiendo algo parecido a esto, echándome tanto de menos como de más me echabas hace escasamente un par de horas (igual que yo a ti).

Definitivamente, y por mucho que las sábanas de mi cama y la cara de satisfacción de la morena que las habita digan lo contrario, el sexo ya no lo es todo.

lunes, 25 de octubre de 2010

El mundo y el orden alfabético

Conocí a una chica hace cosa de año y medio, en una mesa redonda en la que se trataba la obra de Hemingway y la influencia que Cuba ejerció sobre ésta. Yo participaba en el debate y ella había acudido como espectadora. Durante la última parte de la sesión, en la que se entregaba un micro al público y se le permitía intervenir, ella no paró de hacer preguntas de una importancia temática relativa y una trascendencia a todas luces nula. Tanto, que no pude evitar imaginármela en un planeta con tres volcanes (uno de ellos inactivo), un cordero sin bozal y una flor.  Al acabar, la chica se me acercó y me comentó que no conocía la obra de Hemingway, pero que había leído al menos tres biografías de él. Y ahí fue cuando me enamoré de ella.
Me ofreció ir a tomar un café y no pude decir que no. Una semana después ya habíamos compartido la cama más veces de las recomendables, y quince días más tarde ya nos habíamos instalado el uno en la rutina del otro como si llevásemos años conociéndonos. Y tal vez ese fue el problema. Pasaban los días y sólo nos mantenía atados el sexo y nuestra mutua pasión por las novelas de Juan José Millás.
Pero en fin, hasta del sexo se cansa uno, y así, poco a poco, con la única excusa de Millás para nuestros encuentros, nos fuimos dando cuenta de que la soledad era precisamente eso. Después de casi once meses de conversaciones sobre Vicente Holgado, Elena Rincón, realidades paralelas, y hombrecillos que se esconden en los cajones de la ropa, me sorprendió una tarde intercambiando posturas con otra chica y aquello pareció dolerle más de lo esperado. O quizá fuese una excusa. La chica tenía bastante condición de excusa, así que no me extrañaría demasiado.

Y no sé, será por mi carácter melodramático, pero eso fue lo que más genial y poético me pareció de todo al fin y al cabo: Despechada, ella se apropió de mi orden alfabético, despojándome de la posibilidad de seguir escribiendo, anulando mi capacidad narrativa y sumiéndola en un completo caos, donde todas las letras andaban vagando sin sentido, unas debajo de otras sin una clasificación clara, todo manga por hombro, y yo, harto de sus devaneos emocionales, de sus constantes idas y venidas del dolor a la cordura, del placer a la locura, de su mente al mundo, de su mundo al mío, cansado de sus perpetuas intermitencias, decidí simbolizarlo todo en otra novela del gran Millás, y le devolví El mundo, su mundo, con todo lo que aquello englobaba.

Y desde entonces no he vuelto a saber nada de ella. Cuando los objetos dejen de llamarme quizá empiece a buscarla de nuevo.

lunes, 18 de octubre de 2010

Diálogo volátil

Dialogar con tus fotografías
no es menos placentero
que hacerlo contigo.

Eres una chica volátil, una
especie de teléfono con alas,
un jarrón de agua fría
bajo el sol de Agosto.

Eres una ilusa, ilusionista más bien,
que juegas a hacer desaparecer
mi sonrisa pendularmente,
al ritmo que marcan tus caderas.

Al fin y al cabo,
si mezclamos el tú
y el yo,
nos queda un simple
to y otro absurdo yú.

domingo, 17 de octubre de 2010

Tu lugar de apariciones

Sin tener en cuenta las concepciones espacio - temporales que reinan en el saber científico de nuestros días, te has presentado en mi mente esta mañana y me has invitado a tomar un helado, oferta que he rechazado en parte por miedo y en parte por piedad. Piedad de mi pasado, c'est a dire. Y luego has buscado consuelo en la televisión, que has encendido sin más permiso del que le corresponde a quien ha sido dueño de algo hasta hace bien poquito. Pero no te ha valido, y la has apagado pronto. Luego has buscado en la biblioteca pero nada te ha sido suficiente: Los mejores libros de mis estanterías, al igual que los mejores versos de mis poemas, se quedaron en Sevilla,  al lado de tu cama, encima de tu mesilla de noche y debajo de todas esas fotos que tenías rodeando tu vida, tu día, tu noche.
Decepcionada, has intentado besarme; pero entonces la radio ha empezado a escupir algo de Woody Guthrie y ya te he perdido la pista. Si quieres que charlemos, tu lugar de apariciones sigue disponible.

sábado, 16 de octubre de 2010

La vida

La vida es un flashback que se repite,
el convite de una boda de penalti,
un lobo que devora caperuzas,
una fábula que degenera con los años,
un apaño, un zurzido, una chapuza.

La vida es un barman que te replica,
el verdugo que mató a Roberpierre,
un crupiere que va con otro,
un engaño que envenena las mentiras,
un adios, un ataud, una locura.

La vida es una pena inmerecida,
una ruina, una deuda,
un batido de bilis y mercurio,
una injuria, una patraña, un cuento,
un invento de Satán, un pellizco del creador,
una lágrima, una tilde, un vómito.

lunes, 11 de octubre de 2010

Una carta equivocada

El mes pasado llegó una carta equivocada a casa y tuve la tentación de abrirla para desvelar su contenido. Algo me decía que dentro de ese sobre estaban todas las respuestas que llevaba años buscando. ¿Qué habría pasado si?, ¿cuándo fue que? ¿por qué al final no?. Pero como sabía que, además de inmoral, era ilegal, decidí vencer la curiosidad y ocuparme con otros asuntos.
Pasaban las horas, los días, y la carta, abandonada en un estante de la biblioteca, parecía mirarme con cierto asco, como compadeciéndose de mí, por no ser lo suficientemente valiente como para desnudar un trozo de papel. La curiosidad y la angustia de saber que no debía leer aquella carta no me dejaba conciliar el sueño ni una noche, y lo poco que dormía era para imaginar que la abría, sí, que al fin la abría y que era entonces testigo de la resolución de todos los grandes misterios de la humanidad. Otras noches me gustaba fantasear con la idea de que era una carta enamorada, parte de una correspondencia entre amantes, y que estaba llena de poemas y de frases hechas tópicamente bonitas.
Pero la curiosidad pasó poco a poco a convertirse en obsesión, hasta que esta mañana, después de ataviarme con la ropa de mi mujer (el destinatario de la carta era femenino) para disimular la culpa, por fin he liberado la angustia.

Si quieres saber lo que ponía, te espero en el café Elvira a las siete.

sábado, 2 de octubre de 2010

Ana en la sección de congelados

En la sección de congelados, entre los helados y las alitas de pollo, a veinte pasos de la leche semidesnatada y treinta y cinco del pan de molde, Ana siente en este preciso instante cómo el corazón, en un inexplicable ataque contra las leyes naturales, le trepa por la tráquea para posársele, tras unos segundos descansando en la garganta, en la sien. Se le acelera el pulso y las piernas le tiemblan. Los labios le vibran y los ojos se humedecen. Sus manos quieren decir sí pero opinan tal vez, o ya veremos. Las rodillas se ponen en huelga, el pelo hace lo posible por huir, y sus pechos, ah, sus pechos se encogen hasta hacerse diminutos, del tamaño de un guisante enano. La falda se vuelve negra y la blusa, gris. Los pensamientos se reorganizan, giran, revolotean, se enfurecen, alguno llora, otros bailan y todos se desorientan. ¿Qué hace aquí? ¿Cuándo ha llegado a la ciudad? ¿Por qué no me ha avisado? ¿Por qué iba a avisarme? Un momento... ¿Es él? Sí, claro que es él, no le ves, esa forma de vestir, esos pelos, a ver si se gira... ¿Pero qué hace en este supermercado, si siempre despotricaba de que era el más caro, el que menos derechos laborales ofrecía a sus empleados? Bueno, la gente cambia... Han pasado... ¿siete años? ¿ocho? No, tampoco tanto, creo que no llega ni a cinco... Pensándolo mejor creo que hace más de diez. Dios mío, si ya me había olvidado de él... Hace siglos que no viene a mi mente. Parece que se gira. No, mierda, ¡gírate! Ahí lo tenemos. Dios mío, es él. ¡Es él! Tengo que huir, no puede verme, no así, no aquí, no ahora, joder. ¿Qué carajo hace en la ciudad? ¿Cuándo habrá llegado? ¿No será que se ha instalado aquí? Lleva anillo. Se ha casado. ¿¿Se ha casado?? ¡Será mamón! Nos prometimos matrimonio el uno al otro, cap pas cap, inútil, ¿ya no te acuerdas? ¡Me dijiste casémonos y te dije cap! Putos juegos infantiles... Seguro que su mujer es una gorda. O al menos una frígida. O peor aún, seguro que su mujer jamás ha oído hablar de Solzhenitsyn, ni de Pasternak. Y mucho menos de Bulgakov. Y seguro que es de derechas. Cómo has cambiado, corazón. Te has vendido ante un par de tetas. Porque seguro que tiene las tetas más grandes que las mías. Tampoco es difícil, pero él decía que eran preciosas, que eran las tetas perfectas, que no eran ni demasiado grandes ni demasiado pequeñas. Pero yo sé que lo decía para animarme, porque siempre he tenido un poco de complejo. ¡Pero qué importa cómo tenga las tetas, si es una inculta! Siempre le has dado prioridad a la literatura rusa, ¿qué ha pasado? ¿Y ha tenido la poca vergüenza de venir aquí, a la ciudad donde nos conocimos, donde vivimos lo más intenso de nuestra relación, a instalarse con esa pelandrusca? ¿Habrá tenido hijos? Era su sueño, tener dos niñas. Yo prefería niño y niña, pero lo veía tan ilusionado hablando de sus dos futuras pequeñas, que me entraron ganas de que todo saliese como él quería, incluso por encima de las ganas que tenía yo de parir un varón. Seguro que ella es estéril. A lo mejor está aquí por negocios. ¿En qué trabajará ahora? No, no creo que esté trabajando. Al menos, no en un trabajo convencional. Nunca fue una persona convencional. Dios, me va a estallar la cabeza.

-¡Hombre, Ana, qué sorpresa!

A ver qué pasa

La memoria es un bien propio,
una querencia ajena,
un extravío de la sinrazón.

Y por eso, recordarte es pasearse como
Julio por su casa
por un libro de Cortázar,
asiendo y deshaciendo al antojo,
cerrando los oídos,
disimulando con la nariz.

Tu memoria es un espejo,
mi recuerdo un insolente;
Pídeles que no se amen,
ya verás,
ya,
a ver qué pasa.

viernes, 1 de octubre de 2010

Marzo en Madrid

Me quitaste las ganas de seguir
follando, me robaste la virtud
virtuosa de la pelvis y el parchís,
la receta del orgasmo y el cus-cús.

Me dejaste pelada la nariz,
como la cáscara de un altramuz,
vacío, como un pistacho sin abrir,
como unos ojos que no despiden luz.

Te costó retenerme junto a tí,
aceptar que era sexo sin calor,
me costó el llorar después de ti.

Te costó seis vidas aquel desliz,
gatita negra que me arañó,
y yo no volví en Marzo a pisar Madrid.

Cuando me suicide II

Cuando me suicide, amor,
guarda las fotos en las que salgo
debajo de la cama,
o detrás de los espejos,
o entre tu páncreas y mi hígado,
o mejor quémalas
a fuego lento,
mientras suena algo de Sabina,
y me tiras luego al río
y te tiras tú conmigo.

Cuando me suicide, amor,
introdúcete en mis fotos
y arrópame, acaríciame,
que me haces falta.