Es sábado por la mañana, con todo lo que eso implica. El dolor de cabeza, el leve ardor de estómago, las magdalenas con café instantáneo, y sobre todo, la incomodidad que provoca una extraña invadiendo mi mañana del sábado. He soñado contigo, después de todo. Abrazado a ella, pero he soñado contigo. Ahora las cosas se ven de otra manera. Será por la claridad del sol entrando por las ventanas.
-Oye... despierta. Despierta, que mis amigos están a punto de llegar. -No se despierta.
Y aquí estoy yo, emborronando una hoja de papel virtual mientras una petarda cualquiera de cuyo nombre no puedo acordarme, duerme en mi cama. Y mientras tanto, tú, a cientos de kilómetros de aquí, seguramente también frente al ordenador, seguramente escribiendo algo parecido a esto, echándome tanto de menos como de más me echabas hace escasamente un par de horas (igual que yo a ti).
Definitivamente, y por mucho que las sábanas de mi cama y la cara de satisfacción de la morena que las habita digan lo contrario, el sexo ya no lo es todo.
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