lunes, 11 de octubre de 2010

Una carta equivocada

El mes pasado llegó una carta equivocada a casa y tuve la tentación de abrirla para desvelar su contenido. Algo me decía que dentro de ese sobre estaban todas las respuestas que llevaba años buscando. ¿Qué habría pasado si?, ¿cuándo fue que? ¿por qué al final no?. Pero como sabía que, además de inmoral, era ilegal, decidí vencer la curiosidad y ocuparme con otros asuntos.
Pasaban las horas, los días, y la carta, abandonada en un estante de la biblioteca, parecía mirarme con cierto asco, como compadeciéndose de mí, por no ser lo suficientemente valiente como para desnudar un trozo de papel. La curiosidad y la angustia de saber que no debía leer aquella carta no me dejaba conciliar el sueño ni una noche, y lo poco que dormía era para imaginar que la abría, sí, que al fin la abría y que era entonces testigo de la resolución de todos los grandes misterios de la humanidad. Otras noches me gustaba fantasear con la idea de que era una carta enamorada, parte de una correspondencia entre amantes, y que estaba llena de poemas y de frases hechas tópicamente bonitas.
Pero la curiosidad pasó poco a poco a convertirse en obsesión, hasta que esta mañana, después de ataviarme con la ropa de mi mujer (el destinatario de la carta era femenino) para disimular la culpa, por fin he liberado la angustia.

Si quieres saber lo que ponía, te espero en el café Elvira a las siete.

2 comentarios:

  1. ¿en serio? ¿la leíste al final? ¿resolvió dudas aún no resueltas? ¡cuéntame, Peter!

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