sábado, 2 de octubre de 2010

Ana en la sección de congelados

En la sección de congelados, entre los helados y las alitas de pollo, a veinte pasos de la leche semidesnatada y treinta y cinco del pan de molde, Ana siente en este preciso instante cómo el corazón, en un inexplicable ataque contra las leyes naturales, le trepa por la tráquea para posársele, tras unos segundos descansando en la garganta, en la sien. Se le acelera el pulso y las piernas le tiemblan. Los labios le vibran y los ojos se humedecen. Sus manos quieren decir sí pero opinan tal vez, o ya veremos. Las rodillas se ponen en huelga, el pelo hace lo posible por huir, y sus pechos, ah, sus pechos se encogen hasta hacerse diminutos, del tamaño de un guisante enano. La falda se vuelve negra y la blusa, gris. Los pensamientos se reorganizan, giran, revolotean, se enfurecen, alguno llora, otros bailan y todos se desorientan. ¿Qué hace aquí? ¿Cuándo ha llegado a la ciudad? ¿Por qué no me ha avisado? ¿Por qué iba a avisarme? Un momento... ¿Es él? Sí, claro que es él, no le ves, esa forma de vestir, esos pelos, a ver si se gira... ¿Pero qué hace en este supermercado, si siempre despotricaba de que era el más caro, el que menos derechos laborales ofrecía a sus empleados? Bueno, la gente cambia... Han pasado... ¿siete años? ¿ocho? No, tampoco tanto, creo que no llega ni a cinco... Pensándolo mejor creo que hace más de diez. Dios mío, si ya me había olvidado de él... Hace siglos que no viene a mi mente. Parece que se gira. No, mierda, ¡gírate! Ahí lo tenemos. Dios mío, es él. ¡Es él! Tengo que huir, no puede verme, no así, no aquí, no ahora, joder. ¿Qué carajo hace en la ciudad? ¿Cuándo habrá llegado? ¿No será que se ha instalado aquí? Lleva anillo. Se ha casado. ¿¿Se ha casado?? ¡Será mamón! Nos prometimos matrimonio el uno al otro, cap pas cap, inútil, ¿ya no te acuerdas? ¡Me dijiste casémonos y te dije cap! Putos juegos infantiles... Seguro que su mujer es una gorda. O al menos una frígida. O peor aún, seguro que su mujer jamás ha oído hablar de Solzhenitsyn, ni de Pasternak. Y mucho menos de Bulgakov. Y seguro que es de derechas. Cómo has cambiado, corazón. Te has vendido ante un par de tetas. Porque seguro que tiene las tetas más grandes que las mías. Tampoco es difícil, pero él decía que eran preciosas, que eran las tetas perfectas, que no eran ni demasiado grandes ni demasiado pequeñas. Pero yo sé que lo decía para animarme, porque siempre he tenido un poco de complejo. ¡Pero qué importa cómo tenga las tetas, si es una inculta! Siempre le has dado prioridad a la literatura rusa, ¿qué ha pasado? ¿Y ha tenido la poca vergüenza de venir aquí, a la ciudad donde nos conocimos, donde vivimos lo más intenso de nuestra relación, a instalarse con esa pelandrusca? ¿Habrá tenido hijos? Era su sueño, tener dos niñas. Yo prefería niño y niña, pero lo veía tan ilusionado hablando de sus dos futuras pequeñas, que me entraron ganas de que todo saliese como él quería, incluso por encima de las ganas que tenía yo de parir un varón. Seguro que ella es estéril. A lo mejor está aquí por negocios. ¿En qué trabajará ahora? No, no creo que esté trabajando. Al menos, no en un trabajo convencional. Nunca fue una persona convencional. Dios, me va a estallar la cabeza.

-¡Hombre, Ana, qué sorpresa!

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