
Un día conoció a un chico muy guapo y muy alto, de ojos azules y manos enormes que se llamaba Julio, y que, pese a su nombre, había nacido en Febrero. Estuvieron toda la noche bromeando sobre lo desafortunado de sus respectivas onomásticas, y al final, como no podía ser de otra forma, acabaron conjugados en el asiento trasero del coche de él, y justo antes del primer orgasmo, Marina, mientras miraba fijamente los ojos de Julio le dijo: “así, así, mírame así, que me parece que ya estoy viendo el mar...”
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