Arranco la bici sin ganas y pedaleo sólo por no estar
parado. Avanzo, y el viento me da en la cara. No es una huída, puesto que no
vengo de ningún sitio. No es un viaje, puesto que no voy a ninguna parte.
Pedaleo y voy cada vez más rápido, y cuanto más rápido voy menos pienso en ti.
Se me cruzan señoras que pasean perros como el tuyo, chicos que van de la mano
de chicas que no se parecen a ti aunque todas son tú, con niños que salieron de
tu útero cuando aún eras virgen, y chavalas que llevan, ahora sí, tus mismas
camisetas y tus mismos pantalones cortos.
Avanzo, pedaleo y avanzo. No llego
porque no hay destino, pero no importa porque llego a una plaza y giro a la
derecha, sin pensar, qué más da, no hay destino. Me cruzo con adolescentes que
se besan sentados en bancos, y con niñas que juegan a no ser princesas, porque
quién quiere ser princesa cuando puede mejor ser tú. Avanzo. Pedaleo. La bici
no se cansa pero yo tampoco. Pedaleo.
Paro para encender un cigarro que me
ayude a sacarte de mi cabeza, como si el humo fuese osmosístico, como si esa
palabra existiera. Como si ‘tabaco’, ‘pantalones’, ‘útero’, o ‘tú’ significasen
algo sin ti. Mierda. Me cago en la puta. Estoy en tu portal.